¿ Que es lo que les diferencia a los que padecen o sufren de ansiedad en algún momento de su vida, con los que no la conocen?
Sería la ubicación del punto crítico de cada uno. Una puntuación muy personal y que está condicionada por multitud de factores, como tipo de personalidad, vivencias propias, acontecimientos vitales externos, etc.
Ante una situación en la que se debe emitir una respuesta de adaptación, la diferencia estribaría en la duración y fuerza de esta, y el mantenimiento de esa conducta más allá del tiempo necesario.
Por ejemplo: Si al cruzar la calle, el sonido de un pitido de un coche me acelera el corazón y a la vez el paso, para evitar un atropello, nos habremos salvado con tal respuesta de un desenlace fatal. Eso sería adaptativo, y beneficioso en el repertorio de nuestras conductas para preservar nuestra supervivencia.
Pero si a partir de ese momento nos asustara cruzar la calle, o pegáramos un brinco cada vez que oímos un claxon, el grado de ajuste de nuestra percepción de la realidad ante un peligro se habría distorsionado, produciendo un sobresalto, nada saludable para nuestro corazón ni bienestar, en momentos que no son necesarios tal despliegue de preocupaciones, y que terminarían por convertirse en incontrolables .
Lo que ha ocurrido es que hemos dejado asociado un acontecimiento con la sensación de peligro en nuestra mente, reforzada en muchos casos por pensamientos propios.
Como este ejemplo hay multitud de casos, que en nuestro día a día se van sumando a potenciar este estado de alerta constante, en que se traduce la ansiedad. Y como son en la mayoría de las situaciones acontecimientos muy cotidianos, se instala en nuestra mente y en nuestro cuerpo ese estado tan vulnerable e indefenso, en el que bombardean multitud de hechos, que terminan por enfermar esa delicada percepción, manera de pensar, y en definitiva forma de vivir.
Sería la ubicación del punto crítico de cada uno. Una puntuación muy personal y que está condicionada por multitud de factores, como tipo de personalidad, vivencias propias, acontecimientos vitales externos, etc.
Ante una situación en la que se debe emitir una respuesta de adaptación, la diferencia estribaría en la duración y fuerza de esta, y el mantenimiento de esa conducta más allá del tiempo necesario.
Por ejemplo: Si al cruzar la calle, el sonido de un pitido de un coche me acelera el corazón y a la vez el paso, para evitar un atropello, nos habremos salvado con tal respuesta de un desenlace fatal. Eso sería adaptativo, y beneficioso en el repertorio de nuestras conductas para preservar nuestra supervivencia.
Pero si a partir de ese momento nos asustara cruzar la calle, o pegáramos un brinco cada vez que oímos un claxon, el grado de ajuste de nuestra percepción de la realidad ante un peligro se habría distorsionado, produciendo un sobresalto, nada saludable para nuestro corazón ni bienestar, en momentos que no son necesarios tal despliegue de preocupaciones, y que terminarían por convertirse en incontrolables .
Lo que ha ocurrido es que hemos dejado asociado un acontecimiento con la sensación de peligro en nuestra mente, reforzada en muchos casos por pensamientos propios.
Como este ejemplo hay multitud de casos, que en nuestro día a día se van sumando a potenciar este estado de alerta constante, en que se traduce la ansiedad. Y como son en la mayoría de las situaciones acontecimientos muy cotidianos, se instala en nuestra mente y en nuestro cuerpo ese estado tan vulnerable e indefenso, en el que bombardean multitud de hechos, que terminan por enfermar esa delicada percepción, manera de pensar, y en definitiva forma de vivir.
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