Sabiendo de antemano, el tema sobre el que voy a escribir,
me encuentro desde el principio, con una sensación tan familiar como incómoda,
de "prisa" por terminar.
Todo lo que hacemos, lo hacemos para acabar, para llegar,
para conseguir....perdiéndonos en el camino, la verdadera satisfacción del proceso.
La cantidad de obligaciones y responsabilidades a las que
nos enfrentamos, nos hacen valorar solo aquello que es práctico, con lo que
obtendremos una gratificación de cualquier tipo. La cola de la caja en el
supermercado o el atasco en la ciudad, nos parecen situaciones intolerables, al
lado de todas las cosas que tenemos que hacer.
Por ello, la impaciencia, se convierte en un veneno, que nos
intoxica poco a poco, produciendo un estado continuo de nerviosismo.
Vivimos en el mundo de lo inmediato, si algo quiero, lo
quiero YA y saber esperar nos parece un suplicio, que muchas veces no estamos
dispuestos a soportar, tirando la toalla antes de tiempo. No fue mala suerte,
ni que no pudieras conseguirlo, lo que ocurrió es que te rendiste.
Hay muchos estudios, sobre la diferencias entre las personas
que saben esperar la gratificación a largo plazo y las que necesitan la
recompensa inmediata, de hecho, en los niños que saben esperar, se puede
preveer, que tendrán mejores resultados y sus vidas serán más satisfactorias en
el futuro.
El miedo de muchos padres a que sus hijos, puedan
traumatizarse si no consiguen algo de manera inmediata, es infundado. Los niños
que aprenden desde pequeños, que el mundo no siempre nos facilita las cosas, y
que el esfuerzo es directamente proporcional a la satisfacción, tienen más
capacidad para adaptarse. Y la adaptación es un proceso vital, para el
desarrollo de cualquier persona.
Practicar la paciencia,
es un ejercicio necesario, para mantener el autocontrol y la autoconciencia.
Es importante, que sepamos "estrujar" el presente,
disfrutar del devenir y la evolución de las cosas y situaciones, e incluso de
nuestros propios estados emocionales, dejándolos fluir.
La emociones se vuelven disfuncionales, cuando pretendemos manejarlas o evitarlas, retroalimentando en muchos casos el malestar.
La emociones se vuelven disfuncionales, cuando pretendemos manejarlas o evitarlas, retroalimentando en muchos casos el malestar.
Paremos un poco el ritmo, vamos a detenernos en lo que
SOMOS, no en lo que tenemos o hacemos, y disfrutemos en el camino, sin prisa
por llegar.
Comentarios
Publicar un comentario